domingo, 3 de agosto de 2008

"El Gato" Cortéz

Desperté a las tres de la madrugada levantado forzosamente por los ruidos provocados por un gato callejero que logró burlar la seguridad de la casa. Un jarrón hecho trizas sobre el parqué que Marita había lustrado toda la tarde; el agua que llevaba empozada semanas dentro del jarrón se había convertido en un charco verdusco, alcanzó parte de la alfombra y eso fue lo que irrito a Cándida. "Maldito gato!", pero este ya se había marchado, seguramente sin importarle las consecuencias de su acto de fechoría, gatos malechores, ladroncillos de madrugadas. Hace un tiempo le había comentado a Marita para comprar un perro, se quedó en un comentario como todo lo que le digo o le propongo, por el bien de esta familia. "¿Un perro?, ¿acaso te has vuelto loco?!". No se que veía de malo en tener uno, pero estaba claro que no lo quería, no le volví a mencionar el tema. Un ruido vino de la cocina. Una sombra provocada por un lamparín, parpadeo como un flash, pensé que le habían tomado una fotografía a alguien, pero luego lo dude, no era ni el momento ni el lugar. Cándida gritó. "Gato endemoniado! ahora vas a ver!" Para sacar al felino me necesitaba, eso estaba claro "Antonio, Antonio!, ven ahora, trae la escopeta!" Marita estaba apoyada sobre uno de los muros a la entrada de la cocina, se reía con tal ligereza, como si fuese una apasionada espectadora de una película de comedia, o acaso se sentía como en un circo, en todo caso, Cándida era la más bromista, o un payaso haciendo malabares. Y si que tenía equilibrio, sujetaba una escoba con una mano y en la otra llevaba una manta que sacudía velozmente con ánimos de dictador. Todo este espectáculo sobre un escenario de cuatro patas que se tambaleaba con el peso de la robusta anciana.

Cuando entré no había gato ni sombra del gato, Cándida se erguía sobre la silla con los ojos cerrados, dejó de agitar el mantel cuando se dio cuenta de que yo había ingresado. Marita regreso a su posición y se detuvo detrás mio, Cándida ya estaba un poco más calmada, al menos eso me hacia creer. Apoyó la escoba contra la pared y dejo la manta sobre la silla, no sin antes sacudirla y doblarla en cuatro partes. Otro pequeño ruido. Esta vez parecía venir de uno de los compartimientos de la alacena. "Antonio has algo!" Hice un ademán con las manos para que se callara, acerque mis labios a Marita y le dije que se llevara a su tía a la sala, que aquí solamente estorbaba. Esto último no se lo dije, claro.

Marita sujetó a su tía del brazo y esta dio un salto acompañado de un leve suspiro, al parecer fue un pequeño susto. Cándida no quería salir de la cocina, pero Marita pronto la convenció diciéndole que yo le prometí matar al gato. ¿Matarlo? un animalito como ese no se merece la muerte. Seguro entró a la casa en busca de alimento, algo para comer, un abrigo y un poco de calor para apartarse de frialdad de las calles, de la mala noche, de esa oscuridad tenebrosa a la que yo también le tenía miedo.

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