lunes, 26 de abril de 2010

Vuelo Sin Escalas

Me sentaré
a jugar con las luces
de la oscuridad

Y tomaré
sin pedir permiso
a la soledad

En tu nombre pagaré la cuenta
a cambio de borrar
tu historia escrita
en mi disconeuronal

Esperaré
sin estirar el tiempo
y estaré
en tres lugares
en paralelo

No hay necesidad
de decir adiós
si el reloj
está marcha atrás

No hay por qué evitar
si no sabemos bien
si volveremos a cruzar
nuestros labios

Sentir en mis manos
el universo de tu piel
y tener la sensación
de que el todo es absulamente
imposible

Esperaré
sin estirar el tiempo
y estaré
en tres lugares
en paralelo

No hay necesidad
de decir adiós
si el reloj
está marcha atrás

Esperaré
esta es la única forma de hacerlo
y te propongo
un vuelo sin escalas
al cielo

No hay necesidad
de decirle a Dios
si nos queremos quedar
o no

viernes, 16 de abril de 2010

Song: Setting Lights



the new days are blooming and i can feel
the air through my hands up
and i feel blessed

the setting lights are starting to cover me
my eyes are full with sparkles and stars

and i have learnt to fly
and now i can talk to mice
and i forgot the day of my birthday

lunes, 12 de abril de 2010

707

Tomó la silla y la lanzó por la ventana. Cayó desde el piso siete a la pista, un carro se detuvo con una frenada brusca, la gente empezó a gritar y Carlos empezó a llorar por dentro. Estaba tembloroso y sudaba frio a pesar del calor que hacía en la habitación. Se sentó al borde de la cama, se llevó las manos a la cabeza y las bajó de inmediato, dejó su sudor sobre las sabanas blancas con estampados de florecitas rojas y luego las metió al bolsillo. Se quitó el saco y luego la corbata, la guardó en uno de los bolsillos. Buscó una cajetilla de cigarros rojos Seven en el bolsillo izquierdo del pantalón pero había una llave. Encontró la cajetilla en el bolsillo derecho, tomó uno y lo puso en su boca. Trató de encenderlo pero no tenía gas, buscó fósforos en la mesita de noche. Dejó el cigarro al lado del teléfono y se echó sobre la cama. Se quitó los zapatos con los mismos pies y creyó que podría dormir. A los siete minutos tocaron la puerta, un hombre gritaba -¡Abran la puerta!, ¡abran de una vez!- Se oía el murmullo de una mujer, seguramente la empleada de limpieza. Carlos se levantó rápidamente de la cama, se puso el saco y los zapatos y se acercó a la puerta. Dio una patada y luego abrió. El dueño del hotel se quedó mirándolo sin decirle una sola palabra, a su lado, una anciana vestida de negro le apuntaba con el dedo. Carlos dio un paso y los esquivó sin decir nada. Dio unos pasos más, se detuvo y volteó hacia el Sr. Millas -¿Algún problema?- La mujer se exaltó levemente y balbuceó lo que al parecer eran maldiciones, se calló, dio media vuelta y se fue. El Sr. Millas dio un largo suspiro, aspiro lentamente y sonrió –No, no se preocupe, no hay ningún problema-. Carlos caminó en línea recta por los pasillos. Entró al baño, se mojó la cara y se peinó. Sacó su corbata del bolsillo y se hizo nuevamente un nudo. Se miró al espejo y salió. Tomó el ascensor al primer piso y salió del Hotel Paris. Cruzó la avenida y vio el caos que había provocado el lanzar la silla en medio de la pista. Entró al Hotel Libertador, ignoró el recibimiento de los empleados del counter y siguió de frente. Llamó al ascensor pero subió por las escaleras. Detrás de él subía una mujer anciana vestida de negro gritándole que tenía que registrarse. Llegó a la habitación 707, sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Cerró con seguro y comenzó a dar vueltas, estaba nervioso. Tomó algo de aire, vio el reloj, ya era hora. Contó hasta siete con los ojos cerrados y los labios pegados. Tomó la silla y la lanzó por la ventana. Cayó desde el piso siete a la pista, un carro se detuvo con una frenada brusca, la gente empezó a gritar y Carlos empezó a llorar por dentro. Estaba tembloroso y sudaba frio a pesar del calor que hacía en la habitación. Se sentó al borde de la cama, se llevó las manos a la cabeza y las bajó de inmediato, dejó su sudor sobre las sabanas blancas con estampados de florecitas rojas y luego las metió al bolsillo. Se quitó el saco y luego la corbata, la guardó en uno de los bolsillos. Buscó una cajetilla de cigarros rojos Seven en el bolsillo izquierdo del pantalón pero había una llave. Encontró la cajetilla en el bolsillo derecho, tomó uno y lo puso en su boca. Trató de encenderlo pero no tenía gas, buscó fósforos en la mesita de noche. Dejó el cigarro al lado del teléfono y se echó sobre la cama. Se quitó los zapatos con los mismos pies y creyó que podría dormir. A los siete minutos tocaron la puerta, un hombre gritaba -¡Abran la puerta!, ¡abran de una vez!- Se oía el murmullo de una mujer, seguramente la empleada de limpieza. Carlos se levantó rápidamente de la cama, se puso el saco y los zapatos y se acercó a la puerta. Dio una patada y luego abrió. El dueño del hotel se quedó mirándolo sin decirle una sola palabra, a su lado, una anciana vestida de negro le apuntaba con el dedo. Carlos dio un paso y los esquivó sin decir nada. Dio unos pasos más, se detuvo y volteó hacia el Sr. Millas -¿Algún problema?- La mujer se exaltó levemente y balbuceó lo que al parecer eran maldiciones, se calló, dio media vuelta y se fue. El Sr. Millas dio un largo suspiro, aspiro lentamente y sonrió –No, no se preocupe, no hay ningún problema-. Carlos caminó en línea recta por los pasillos. Entró al baño, se mojó la cara y se peinó. Sacó su corbata del bolsillo y se hizo nuevamente un nudo. Se miró al espejo y salió. Tomó el ascensor al primer piso y salió del Hotel Paris. Cruzó la avenida y vio el caos que había provocado el lanzar la silla en medio de la pista. Entró al Hotel Libertador, ignoró el recibimiento de los empleados del counter y siguió de frente. Llamó al ascensor pero subió por las escaleras. Detrás de él subía una mujer anciana vestida de negro gritándole que tenía que registrarse. Llegó a la habitación 707, sacó una llave del bolsillo y abrió la puerta. Cerró con seguro y comenzó a dar vueltas, estaba nervioso. Tomó algo de aire, vio el reloj, ya era hora. Contó hasta siete con los ojos cerrados y los labios pegados.

miércoles, 7 de abril de 2010

Lo que se supone que pudo ser...y nunca será

En la noche, algunas veces se puede sentir la soledad. Es el silencio, sobretodo eso, el sonido del vacío. Ya la brisa no es la misma, se ha vuelto tibia y solo me enfría el cuerpo, ya no lo estremece, no ablanda mis manos ni mis brazos para recibirte. Algunas otras veces pienso que es mejor estar ausente, callado, ocupando un espacio neutro entre la realidad y mi cabeza, quedarme quieto con miles de voces a mi alrededor corriendo a gran velocidad. Quedarme, detenerme.

Sigo pensando en todas las veces que te fuiste, recuerdo hasta el clima y el olor de la gente en las combis. El perfume que me recuerda a esos días y a las noches en que, con o sin un beso, nos decíamos adiós. Ya las calles no son las mismas, se han vuelto un caos, se han vuelto oscuras; no puedo caminar sin tropezar, sin que algo sorprenda mi tranquilidad. Todas otras veces ya ni siento mi presencia y me olvido de respirar, me ha sido difícil encontrar el ritmo. Pasé mucho tiempo respirando contigo.

Voy olvidándome de aquellas veces en que yo partía sin decir nada, en mis pataletas, en el tono accidentado de mi voz, sin querer, de mis quejas y mis llantos. Y me olvido así también de todas mis dudas, de tu silueta en mi cuaderno de dibujo y de tu nombre en mis mensajes en el celular. Aquellas otras veces se volvieron de lo más normal, lo que se supone que pudo ser no lo fue, y aún estás, ausente, como un fantasma. Aún puedo oler tu perfume en el mío, y tocar tu pecho en otros, porque nunca pude dejar de necesitar de ti, y descubrí que te podía recrear en otros cuerpos, y ponerte mil caras tan solo para no olvidar, para hacerte mía de nuevo, para estar seguro de que nunca lo serás.