Perturbadora era la mirada que lucía Iliana aquella noche al salir del restaurante. Era una noche ruidosa, cubierta por la llovizna y la brisa, que servían de complemento perfecto a las emociones que contenía en su frágil cuerpo. Salió por la puerta trasera del local; llevaba una cartera negra colgada en el hombro izquierdo, unas gafas torcidas que se posaban sobre el surco aguileño de su nariz y un crucifijo que parecía haberse dormido sobre su pecho. El traje azul del trabajo se empezó a mojar a penas vio la calle. Su cabello negro, tirado hacia un lado, ya había dejado de brillar.
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Hace 1 año
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