Esa tarde no había ninguna prisa que colmara el tiempo de espera. Luciana y yo habíamos llegado con dos horas de anticipación, lo que nos permitía dejar el equipaje junto con los de los Señores Rauleim. Luciana tuvo que ir al baño, las urgencias imprudentes del embarazo empezaban a jugarle una mala pasada. Estaba sentado con dos grandes maletas negras a los lados, un maletín mediano en la mano izquierda, y los boletos y los pasaportes en la derecha. Mi mirada no retenía instante alguno en el enfoque, no me permitía una distracción mas allá de lo que estaba pensando. De pronto, la velocidad del tiempo apresuro las manijas de mi reloj, no alcancé a divisar los segundos pero supuse que ya era hora de partir. En la puerta, dos hombres altos, morenos y corpulentos, vestidos con un chaleco verde, sostenían un artefacto de color plateado con lo que aseguraban los equipajes. Luciana aun no salía de los servicios y ya mi terreno en la fila pisaba la entrada de la sala de abordo.
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Una señora muy amable se ofreció a buscarla, vio, seguramente, que tenía suficiente pesar con el bulto y la preocupación de la tardanza. Uno de los hombres que guardaban el ingreso me dijo que no me preocupara, que yo podía ingresar primero y esperar dentro. Accedí a su gentil oferta, una mujer joven se me acerco y sujetó mi equipaje, me acompañó y ya pude dejar las maletas en el cargador. La mujer que fue por Luciana regresó al momento, sola, y detrás de ella, ningún rastro de mi esposa. Le pregunté si la había visto, pero su rostro me dio a entender como si nunca se hubiese ofrecido a hacerme tal favor. Le pedí al guardián, que había sido muy amable conmigo, que me dejara salir. Al principio se negó, pero luego de mis suplicas me permitió hacerlo. Corrí directamente hacia el baño de mujeres, era obvio que no podía entrar. Me paré en la puerta y empecé a vocear su nombre - ¡Luciana!, ¡Luciana!, !Amor ya nos tenemos que ir!- no había ninguna respuesta. Juro que sentí el eco de mi voz retumbando en los oídos y luego perdiendose en el vacío. No tenía otra alternativa que entrar a buscarla, ya no me importaba ocasionar algún evento bochornoso, solo quería encontrar a Luciana. Entré agitado, preocupado por mi esposa, preocupado por el vuelo, busqué por todos lados, abrí y toqué puertas, la llamé otras veces más, pero nadie respondía. La tensión traspasaba los límites de mi autocontrol, mi nerviosismo era evidente, sudaba frío por todo el cuerpo, tenía las manos congeladas. No pude contener las lagrimas, la desesperación se hacia cada vez mas insoportable. Gritaba por todos lados el nombre de mi esposa y a nadie parecía importarle.
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Me acerqué donde el guardia y le pedí su ayuda. Saqué de mi billetera una foto de ella y la sostuve fuertemente en la mano mostrándola a quien pasara por mi lado. Muchos rostros de incomodidad e indiferencia, otros, pocos, de lástima y comprensión. Una voz femenina comunicaba a través de los altavoces que mi vuela estaba a punto de partir. Ya no importaba mas el vuelo, solo quería encontrar a mi esposa. Pasaron dos horas, y no había rastro de ella. Nadie podía afirmar haberla visto, ni siquiera una mujer parecida a ella. Parecía como si nunca hubiese ido conmigo, y el viaje hubiese sido una invención sin sentido.
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