Podría explicar mis palabras si quisiera, sin siquiera encontrar una respuesta a tanta confusión. Podría tolerar si, el hecho de que estés ausente, porque ya me había acostumbrado desde siempre, cuando jurabas estar aquí. No contemplo la distancia, más bien el tiempo sí me intriga, aún así sea debajo de la mesa, la tentación sobre el temor aún sigue viva. Como la culpa sobre aquel delito que quebró las almas y las esparció, como cuando se carcome la confianza y se destruye la pasión. Me vuelvo vulnerable ante el espejo cuando me miran las dos, las escucho y no pretendo, las entiendo y no comprendo, si es que he de quedarme en silencio, guardando la devoción por el sonido incesante del reloj; o debo gritar al efímero recuerdo de tu voz, en estas noches, que te recuerdo bajo la almohada, bajo el olor de las sabanas, que me recuerdan a tus labios, a tu sexo y a tu piel, a tu olor después del sexo, a las heridas del placer. A ti, a mi, al mezquino y cruel destino, al más ruín de los azáres, al más fatídico pesar, el edilio mas preciado, al placer de los placeres, al dolor de amar después de amar.