Suspirar o tomar aire. Dar un aliento y sentir paz. Recordar que somos hijos del primer día y que moriremos antes de ver el final. Cuando el sol brille más que nunca, más que todas las veces que lo hemos visto brillar. Cuando la luna se vea mucho más cerca, tanto que casi la podamos tocar. Tomaré una bocanada profunda de aire caliente y botaré un poco de aire frío con sabor a sal, con aroma a vainilla, con el espesor de la saliva y el amargo del café por la mañana.
Me despertarás como todos los días muy temprano y te acostarás conmigo hasta que se apague la luz. Volveremos a contarnos cuentos al despertar. Serán ya como las tres de la tarde o quizás un rato más. Tomaremos mate y escogeremos comida al azar. La vida es un azar, así como también es una mentira y una verdad. Yo escojo jugar a las casualidades hoy. Saltar sobre espejos. Reflejar las nubes en ellos, e imaginar que camino sobre el cielo. Sin caer. Estoy flotando. Estoy volando. ¿Me ves? ¿Me ves?
No te interrumpo, ¿verdad?. Sólo quiero jugar un poco, conocerte un poco más. Tenerte cerca. Acariciar tu pelo. Oler tus manos. Lamer tus dedos. Morder tus orejas. Cerrar tus ojos con mis manos. Sellar tus labios con mis labios. Pasar mi lengua por tu cuello. Tirar de tu cabello y gritar, gritar, gritar.
El sol está brillante como la mañana de ayer. Más brillante aún, como nunca lo hemos visto jamás. La luna es parte del escenario. Los vecinos asustados. La gente corriendo despavorida. Los autos estrellándose unos contra otros. Los postes tambaleándose. Los cables de electricidad jalando de un lado a otro. Tú sujetando mi mano, fuerte; con miedo pero con fe. La puesta en escena perfecta. El final de los días. Como en el teatro, con todas las luces de colores estallando hasta llegar al blanco que nos ciega, que deslumbra y luego, todo es oscuridad.
Y se niega la existencia de la vida. Se niega la existencia del actor. Cada uno recoge sus platos de la mesa y se apaga el televisor.
El universo se retuerce con partículas imperfectas. Cada partícula somos nosotros. Tu y yo. Hechos pedazos, nos seguimos sujetando de la mano y estamos bailando un vals en la eternidad. Eternidad que me huele a ti, y que suena a las canciones crujientes de un toca discos. A ese final que, por más que quiera, nunca llegará.