Hoy rocé sus labios y sentí que era la última vez. Hoy toqué sus manos y sentí que no lo volvería hacer. La miré a los ojos y ellos me dijeron todo. Su boca temblaba, su nariz sonrojada, sus hombros caídos, sus orejas heladas. Podía ver sus piernas cruzadas por debajo de las sábanas; su espalda recostada sobre un respaldar construido de almohadas. Las flores amarillas en el velador, el grito eterno del tiempo en las hojas marchitas. El agua en el vaso, la marca de sus labios en el abismo, el frio en el aliento, el calor de la fiebre en su cuerpo, el ardor del miedo en su garganta. La angústia contenida en mi alma.
Hoy rocé su enfermedad y sentí que se me iba. Hoy toqué sus callos y sentí la cruel dureza sobre su piel. La miré a los ojos y ellos me pidieron todo, menos compasión. Su boca estaba inquieta, su nariz irritada, sus hombros habían perdido las ganas, sus orejas olvidadas. Podía ver sus piernas dobladas por debajo de las sábanas; su espalda soportada por una pared de almohadas. Las flores violetas en el velador, el paso del tiempo en las hojas caídas. El vaso con agua, el frio en su cuerpo, cómo quema la desesperación! La impotencia que revienta en mi alma.
Hoy la vi cuando se fue. Hoy toqué su piel pero no la sentí. La miré sin que me mirara. Su boca estaba quieta, su nariz encogida, sus hombros al nivel de su garganta, sus orejas desechadas. Pude ver sus piernas rectas aún cubiertas por la sábana, su espalda erguida sobre el tumulto de almohadas. Las flores de colores sobre el velador, el tiempo eterno en sus hojas. El agua en los vasos, la marca de todos los labios, el frio, sin aliento, la fiebre tibia en sus cuerpos, el ardor que quema, el miedo que impotencia, la angustia, la desesperación. Mis manos soltando sus manos. El último adiós.